Con vistas al m@r...

sábado, mayo 26, 2007


Este es mi perro Lucas. ¿A que parece que se va a poner a hablar en cualquier momento?

domingo, mayo 13, 2007

San Isidro Labrador

Ha sido completito. Miércoles Alex y yo corriendo a ver los cabezudos y el pregón (cómo no, nos lo perdimos). También repartían churros en la Pza. Mayor (cómo no, nos lo perdimos). Luego a ver el ensayo general de "Gran Vía...esquina Alcalá".
Jueves nueva entrevista con la ONG y..¡contrato!. Parece que sirve de algo plantarse y decir que uno no trabaja si no cobra. Buen ambiente, buena gente y ganas de hacer cosas. Qué ganas...
Viernes vinieron los Meyer. Peli con Fernandito en casa y sabado mañanero haciendo tortilla para irnos a la pradera. Se punta el sr. Meyer y nos invita a aperitivo en la Pza. Sta Ana. Dolor de pies, pero acabamos la tarde con chocolate caliente en el Círculo de Bellas Artes.
Sábado por la noche a ver la Zarzuela, a las vistillas (reencuentros muchos) y al Vendetta, que nunca nos falla. Vuelta a casa (menos de los que empezamos) con paradas varias para escatolgías varias -que yo no protagonicé,eh?-. A2min de casa, antojo de porras y de...¡dos sandwiches!.
Una de messenger a las 7 de la mañana y a la cama, con charla trascendental sobre la vida incluida antes de dormir.
Falta de domingos soleados, aprovecho el día y me río un rato más con los okupas de mi casa.
20.38h Ahora: Ultimas luces de la tarde. Casa recogida, mecano de fondo, ventana abierta, Alex a mi lado leyendo el periódico.

Puf! mañana lunes, pero lunes nuevo en ong nueva...

jueves, mayo 03, 2007


Juan Salvador Gaviota


El viento le azotó la cabeza con un bramido monstruoso. Cien kilómetros por hora, ciento treinta, ciento ochenta y aún más rápido. La tensión de las alas a doscientos kilómetros por hora no era ahora tan grande como antes a cien, y con un mínimo movimiento de los extremos de las alas aflojó gradualmente el picado y salió disparado sobre las olas, como una gris bala de cañón bajo la Luna.Entornó sus ojos contra el viento hasta transformarlos en dos pequeñas rayas, y se regocijó. ¡A doscientos kilómetros por hora! ¡Y bajo control! ¿Si pico desde mil metros en lugar de quinientos, a cuánto llegaré...?Olvidó sus resoluciones de hace un momento, arrebatadas por ese gran viento. Sin embargo, no se sentía culpable al romper las promesas que había hecho consigo mismo.


Tales promesas existen solamente para las gaviotas que aceptan lo corriente. Uno que ha palpado la perfección en su aprendizaje no necesita esa clase de promesas.Al amanecer, Juan Gaviota estaba practicando de nuevo. Desde dos mil metros los pesqueros eran puntos sobre el agua plana y azul, la Bandada de la Comida una débil nube de insignificantes motitas en circulación.Estaba vivo, y temblaba ligeramente de gozo, orgulloso de que su miedo estuviera bajo control. Entonces, sin ceremonias, encogió sus antealas, extendió los cortos y angulosos extremos, y se precipitó directamente hacia el mar. Al pasar los dos mil metros, logró la velocidad máxima, el viento era una sólida y palpitante pared sonora contra la cual no podía avanzar con más rapidez. Ahora volaba recto hacia abajo a trescientos viente kilómetros por hora.


Tragó saliva, comprendiendo que se haría trizas si sus alas llegaban a desdoblarse a esa velocidad, y se despedazaría en un millón de partículas de gaviota. Pero la velocidad era poder, y la velocidad era gozo, y la velocidad era pura belleza.Empezó su salida del picado a trescientos metros, los extremos de las alas batidos y borrosos en ese gigantesco viento, y justamente en su camino, el barco y la multitud de gaviotas se desenfocaban y crecían con la rapidez de una cometa.No pudo parar; no sabía aún ni cómo girar a esa velocidad.Una colisión sería la muerte instantánea.Asi es que cerró los ojos.Sucedió entonces que esa mañana, justo después del amanecer, Juan Salvador Gaviota se disparó directamente en medio de la Bandada de la Comida marcando trescientos dieciocho kilómetros por hora, los ojos cerrados y en medio de un rugido de viento y plumas. La Gaviota de la Providencia le sonrió por esta vez, y nadie resultó muerto.Cuando al fin apuntó su pico hacia el cielo azul, aun zumbaba a doscientos cuarenta kilómetros por hora. Al reducir a treinta y extender sus alas otra vez, el pesquero era una miga en el mar, mil metros más abajo.